“La excesiva exposición mediática del presidente Vizcarra –dando cuenta diariamente al país por cada paso que se da- viene a hacerle muy perniciosa para él mismo, pues su credibilidad estaría sólo condicionada al resultado inmediato de las medidas y no a la perspectiva histórica de la decisión política que se juzgaría más adelante”, es el corolario del comentario del abogado en ejercicio y analista sobre política nacional e internacional, Gustavo Romero Umlauff, escrito en el siguiente artículo:
Perú: Cualidades para el liderazgo
por Gustavo Romero Umlauff
En general, los analistas e investigadores sostienen que para tener un liderazgo, y especialmente para estas difíciles circunstancias que debemos afrontar, la persona que se encuentre a cargo de proponer las reglas sanitarias debe generar –principalmente- credibilidad, firmeza, autoridad, honestidad, convicción y empatía con la población.
El acaparamiento y apropiación de los alimentos y productos de primera necesidad, la escasez de las mascarillas porque –a decir del ministro de Salud Víctor Zamora- el presidente Trump habría comprado todos los stocks y no había para nuestra población, las versiones y los datos estadísticos que se propagan en las redes sociales, muchas de ellas sin las verificaciones de fuentes confiables, entre otros aspectos, son obvios síntomas del nerviosismo e intranquilidad que está generado el coronavirus en la población.
La información imprecisa por parte de las autoridades del Gobierno, los sucesivos y abruptos cambios en las reglas sanitarias, las constantes marchas y contramarchas e, incluso, desatinadas normativas sobre el aislamiento social que se nos ha impuesto, la falta de autoridad policial ante la aplicación de las medidas -sobre todo en algunos segmentos sociales- y adicionado al rumor del enfadado de muchos de sus efectivos por la evidente falta de previsibilidad de proporcionar los más elementales equipos e indumentarios para evitarse el contagio de este virus siendo ellos los primeros contingentes de riesgo, inevitablemente el escepticismo y la incertidumbre se incrementa quebrantándose aquella convicción del ciudadano que se requiere para aceptar las medidas para vencer esta pandemia.
Pero si a todo ello sumamos las desatinadas declaraciones del mismo ministro de Salud, donde sostuvo que se formaría un comando humanitario para recoger a los cadáveres en las calles, resulta -por decir lo menos- imprudente, pues si con ello quería certificar que se estarían organizando para atender la parte más difícil de esta epidemia, las consecuencias de tales expresiones han sido generadores de una mayor zozobra en la población más que noticias alentadoras.
La autoridad del líder no solo se sustenta en la capacidad de convencimiento de las medidas impuestas sino, adicionalmente, su empatía con el ciudadano. No se trata de ser simplemente bromista por hacer alusión a un club deportivo cuando estaba dando cuenta de una información que requería de la mayor seriedad.
Se trata de empatizar –si vale la expresión- con aquellos ciudadanos que, a pesar de no estar pasándola nada bien –sea por su situación sanitaria, económica u otra-, consigue llamar su atención y le permite visualizar la solución a esta inseguridad y a sus temores.
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La empatía con la ciudadanía que debiera tener el ministro de Salud es quizá la más etérea del liderazgo para implementar las medidas pero, sin duda, es la más importante en la era de lo audiovisual, de lo inmediato, de lo intangible y que parece no entenderse por parte del Gobierno del presidente Vizcarra, y quien viene a sustituirse en la escasez de las cualidades de varios de sus ministros para conducir las políticas sanitarias necesarias en esta etapa de crisis.
La excesiva exposición mediática del presidente Vizcarra –dando cuenta diariamente al país por cada paso que se da- viene a hacerle muy perniciosa para él mismo, pues su credibilidad estaría sólo condicionada al resultado inmediato de las medidas y no a la perspectiva histórica de la decisión política que se juzgaría más adelante. En tal caso, la razonabilidad de los mandatos se pone en riesgo de ser aceptadas quedando sólo a ser impuestas a través del autoritarismo, resultando –quizás- tan peligroso como la propia pandemia.